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la elige, a Julieta no se la elige. Vos no elegís la lluvia que te va a calar
hasta los huesos cuando salís de un concierto. Pero estoy solo en mi pieza,
caigo en artilugios de escriba, las perras negras se vengan cómo pueden, me
mordisquean desde abajo de la mesa. ¿Se dice abajo o debajo? Lo mismo te
muerden. ¿Por qué, por qué, pourquoi, why, warum, perchè este horror a las
perras negras? Miralas ahí en ese poema de Nashe, convertidas en abejas. Y
ahí, en dos versos de Octavio Paz, muslos del sol, recintos del verano. Pero
un mismo cuerpo de mujer es María y la Brinvilliers, los ojos que se nublan
mirando un bello ocaso son la misma óptica que se regala con los
retorcimientos de un ahorcado. Tengo miedo de ese proxenetismo, de tinta y de
voces, mar de lenguas lamiendo el culo del mundo. Miel y leche hay debajo de
tu lengua... Sí, pero también está dicho que las moscas muertas hacen heder
el perfume del perfumista. En guerra con la palabra, en guerra, todo lo que
sea necesario aunque haya que renunciar a la inteligencia, quedarse en el
mero pedido de papas fritas y los telegramas Reuter, en las cartas de mi
noble hermano y los diálogos del cine. Curioso, muy curioso que Puttenham
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sintiera las palabras como si fueran objetos, y hasta criaturas con vida
propia. También a mí, a veces, me parece estar engendrando ríos de hormigas
feroces que se comerán el mundo. Ah, si en el silencio empollara el Roc...
Logos, faute éclatante. Concebir una raza que se expresara por el dibujo,
la danza, el macramé o una mímica abstracta. ¿Evitarían las connotaciones,
raíz del engaño? Honneur des hommes, etc. Sí, pero un honor que se
deshonra a cada frase, como un burdel de vírgenes si la cosa fuera posible.
Del amor a la filología, estás lucido, Horacio. La culpa la tiene Morelli
que te obsesiona, su insensata tentativa te hace entrever una vuelta al
paraíso perdido, pobre preadamita de snack-bar, de edad de oro envuelta en
celofán. This is a plastic s age, man, a plastic s age. Olvidate
de la perras. Rajá, jauría, tenemos que pensar, lo que se llama pensar, es
decir sentir, situarse y confrontarse antes de permitir el paso de la más
pequeña oración principal o subordinada. París es un centro, entendés, un
mandala que hay que recorrer sin dialéctica, un laberinto donde las fórmulas
pragmáticas no sirven más que para perderse. Entonces un cogito que sea como
respirar París, entrar en él dejándolo entrar, neuma y no logos. Argentino
compadrón, desembarcando con la suficiencia de una cultura de tres por cinco,
entendido en todo, al día en todo, con un buen gusto aceptable, la historia
de la raza humana bien sabida, los períodos artísticos, el románico y el
gótico, las corrientes filosóficas, las tensiones políticas, la Shell Mex, la
acción y la reflexión, el compromiso y la libertad, Piero della Francesca y
Anton Weber, la tecnología bien catalogada, Lettera 22, Fiat 1600, Juan
XXIII. Qué bien, qué bien. Era una pequeña librería de la rue du Cherche-
Midi, era un aire suave de pausados giros, era la tarde y la hora, era del
año la estación florida, era el Verbo (en el principio), era un hombre que se
creía un hombre. Qué burrada infinita, madre mía. Y ella salió de la librería
(recién ahora me doy cuenta de que era como una metáfora, ella saliendo nada
menos que de una librería) y cambiamos dos palabras y nos fuimos a tomar una
copa de pelure d oignon a un café de Sèvres-Babylone (hablando de
metáforas, yo delicada porcelana recién desembarcada, HANDLE WITH CARE, y
ella Babilonia, raíz de tiempo, cosa anterior, primeval being, terror y
delicia de los comienzos, romanticismo de Atala pero con un tigre auténtico
esperando detrás del árbol). Y así Sèvres se fue con Babylone a tomar un vaso
de pelure d oignon, nos mirábamos y yo creo que ya empezábamos a deseamos
(pero eso fue más tarde, en la rue Réaumur) y sobrevino un diálogo memorable,
absolutamente recubierto de malentendidos, de desajustes que se resolvían en
vagos silencios, hasta que las manos empezaron a tallar, era dulce
acariciarse las manos mirándose y sonriendo, encendíamos los Gauloises el uno
en el pucho del otro, nos frotábamos con los ojos, estábamos tan de acuerdo
en todo que era una vergüenza, París danzaba afuera esperándonos, apenas
habíamos desembarcado, apenas vivíamos, todo estaba ahí sin nombre y sin
historia (sobre todo para Babylone, y el pobre Sèvres hacía un enorme
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