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- ¡Aguanta, nena! - dijo para sí - ¡Sólo diez segundos más!
En ese momento un haz turboláser alcanzó al Anaconda. Las luces del interior se
apagaron y las consolas de alarma aullaron notificando los sistemas averiados o
destrozados.
- ¡Las coordenadas están cargadas! - gritó Keyan.
- ¡Nos vamos de aquí, ya!
Ender bajó la palanca del motivador de hiperimpulso, rezando para que el
hiperimpulsor no hubiera sido dañado y, como en respuesta a su plegaria, las estrellas se
convirtieron en estelas y el Anaconda saltó a la seguridad del hiperespacio.
Capitulo 4
Cuando Rai recobró la consciencia, lo hizo en un estado de desorientación total. Su
primera impresión fue la de que había perdido la vista, tal era la negrura que la rodeaba.
No obstante, poco a poco sus ojos fueron adaptándose a la tenue luz; tan tenue que
apenas si podía ver nada.
No tenía ninguna manera de saber cuanto tiempo llevaba allí sola en la oscuridad, pues
no existía ningún fenómeno que le permitiera medir el paso del tiempo. Todo seguía igual
que cuando despertó. Por lo que ella podía decir, lo mismo podían haber pasado unos
minutos que un par de horas.
Sólo de una cosa podía estar segura, y era que Nikki estaba con ella. La pequeña
seguía inconsciente, y, al parecer, sin daño alguno. Rai la había tomado en su regazo,
apoyando su cabecita en sus piernas. El encontrar allí a Nikki le hizo comprender que
aquello no era un mal sueño. Que, por fortuna, estaban vivas; pero también que habían
sido hechas prisioneras.
En el largo periodo que permaneció allí sola, tuvo tiempo de recobrarse físicamente y
recordar la secuencia de acontecimientos que las había llevado a ella y a Nikki hasta
aquella celda, pues no podía tratarse de otra cosa más que de una celda. Ocasionalmente
podía oír pasos y voces en lenguas desconocidas al otro lado de lo que debía ser la
puerta de la celda. Sin embargo, en todo aquel tiempo, Rai no se atrevió a alzar la voz ni
llamar a nadie. De hecho, ni siquiera se había movido del sitio en el que había despertado
más que para sentarse sobre un montón de algo parecido a paja húmeda.
Estaba asustada, ¿cómo no iba a estarlo? Pero no podía permitirse el lujo de
demostrarlo. Nikki ya empezaba a moverse y pronto despertaría. Debía cuidar de la
pequeña y no dejarse llevar por el miedo. Su viejo mentor, Siobhán, en Halador, le había
enseñado las virtudes de la calma y el peligro del miedo; y su hermano Keyan le había
dicho cosas parecidas en alguna ocasión.
Al pensar en Keyan se relajó un poco, pero la sensación apenas duró unos instantes.
Keyan no podía ayudarla en aquella situación. En realidad, era posible que Keyan jamás
descubriera lo que les había ocurrido. El pensar esto hizo que sus ojos se llenaran de
lágrimas, pero no permitió que se derramaran: había prometido ser fuerte y lo sería.
Y, mientras así pensaba, Nikki se revolvió y, con un débil gemido, recobró la
consciencia. La pequeña dejo escapar un suspiro ahogado al verse rodeada de tanta
oscuridad, pero Rai le cogió las manos enseguida.
- Ssssh, cariño - susurró -. No tengas miedo. Todo va bien. Estoy aquí.
- ¿Tía?
Nikki se incorporó y se sentó junto a Rai, abrazándose a ella con evidente miedo en su
tono de voz.
- ¿Qué pasa? - acertó a decir.
Rai decidió que no tenía sentido ocultar la verdad a la niña. Al menos, no toda la
verdad.
- Aquellos extraños seres nos han capturado y estamos en una celda, cielo.
Nikki se abrazó aún más a la joven.
- Y, ¿qué nos van a hacer?
Rai sintió como el corazón le daba un vuelco, pero no perdió la calma e intentó que sus
palabras sonaran firmes y seguras.
- Nada, cariño. No van a hacernos nada.
Nikki permaneció callada unos instantes, mientras intentaba acostumbrarse al siniestro
ambiente. En un rincón de la oscura celda se oían de vez en cuando unos pasitos, como
si un grupo de roedores pequeños entraran y salieran por algún agujero minúsculo.
- Tía - dijo por fin -. Tengo miedo.
Rai lo sabía, pues también ella estaba asustada. Entonces tomó una decisión. Sentó a
Nikki entre sus piernas, de espaldas a ella, y comenzó a cantar. En voz muy baja primero,
pero progresivamente más alta; Rai cantó una canción Eldar. Una balada de los tiempos
míticos de Halador, antes de que los Eldar aprendieran a navegar por los océanos de
soles. La canción estaba impregnada de una melancolía más grande que el mismo
tiempo, pero la música llenaba el corazón del oyente de paz. Nunca antes, desde hacía
más de diez mil años, se había escuchado el Cantar de Tanariel fuera de Halador; y
nunca antes, desde que existían, habían escuchado aquellos muros tan dulce cantar.
Pero la sensación de paz y tranquilidad no duró mucho, pues en aquel instante la
puerta de la celda se abrió inundando el recinto con una dolorosa claridad. Dos weequays
entraron en la celda, armados con picas de fuerza. Rai y Nikki se llevaron las manos a los
ojos, intentando protegerlos de la cegadora luz. Uno de los weequays gruñó algo en su
propio idioma a las dos chicas mientras hacía gestos con su pica para que salieran de la
celda; sin embargo, cegadas como estaban, e incapaces de entender el bestial idioma,
ninguna de las dos se movió.
El weequay, interpretando la pasividad de las dos chicas como un desafío, golpeó a Rai
en un brazo con el mango de su pica al tiempo que gruñía en voz más alta. Rai, asustada,
consiguió enfocar a sus visitantes a través de la dolorosa cortina luz y comprendió lo que
querían. Temblando de miedo, pero manteniendo la voz todo lo firme que podía, Rai se
incorporó sin dejar de soltar las manos de Nikki ni un momento y le susurró al oído.
- Levántate, cielo. Quieren que salgamos.
Nikki asintió y se levantó sin soltar a Rai. El primer weequay empujó a las dos chicas
fuera de la celda y comenzaron a guiarlas por una serie de sucios pasillos. A ambos lados
de cada pasillo por el que avanzaban se veían puertas similares a aquella por la que
habían salido. Aquellas eran, no cabía duda, las mazmorras de quién sabe qué extraño
lugar.
A medida que sus ojos se iban acostumbrando a la luz, Rai se fue dando cuenta de que
la luz, que inicialmente resultaba cegadora, era en realidad muy tenue y los pasillos por
los que se movían eran sitios sucios y sombríos. Ocasionalmente se dejaban oír gemidos
y lamentos en extrañas lenguas que surgían de las celdas que iban dejando atrás. Los
weequays parecían ajenos a todo ello. Rai se estremeció involuntariamente y aferró con
más fuerza la mano de la pequeña Nikki. Por fortuna, sus captores no debían
considerarlas peligrosas, ya que no las habían esposado.
Unos minutos después, el grupo comenzó a subir por unas desgastadas escaleras
hasta salir a un patio interior abovedado. Fue entonces cuando las prisioneras
comprendieron que se encontraban en la superficie de un planeta. Un cielo anaranjado
bañaba de luz el amplio patio. En los soportales que rodeaban el patio una gran cantidad
de seres, humanos y alienígenas, conversaban y gesticulaban en un tumulto
medianamente controlado. Y al otro extremo, justo enfrente de Rai y Nikki, descansaba
una figura repugnante.
Era una especie de babosa superdesarrollada, más grande que cuatro humanos
corpulentos juntos. La criatura descansaba sobre un lecho que levitaba en silencio sobre [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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