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palabras, algarab�a de armas y, en ocasiones, buen ruido de escudos, lo que menos se oye son los
gritos de aquellos a quienes rompen los huesos o torturan con las tenazas. As� es el mundo, se�or
prior.
Durante la misa mayor dijo melancólicamente el superior he rezado, conforme al
uso, por la prosperidad de la Gobernadora y de Su Majestad. En lo que concierne a la
Gobernadora, a�n pase: Madame es una mujer bastante buena, que trata de hallar un acomodo
entre el hacha y el tajo. Pero �por qu� he de rezar por Herodes? �Hay que pedir a Dios la
prosperidad del cardenal de Granvelle en su refugio que, por lo dem�s, es simulado, y desde el
cual contin�a hostig�ndonos? La religión nos obliga a respetar a las autoridades establecidas y
yo no la contradigo. Mas la autoridad tambi�n se delega y, cuanto m�s abajo llegamos, m�s
grosero es el rostro que adopta y en el que casi se marca grotescamente la huella de nuestros
cr�menes. �Tengo que llegar en mi oración hasta pedir por la salvación de los guardias valones?
Vuestra Reverencia puede rezar a Dios para que ilumine a los que nos gobiernan dijo
el m�dico.
Necesito, sobre todo, que me ilumine a m� dijo el franciscano compungido.
Zenón desvió la conversación hacia las necesidades y desembolsos del hospicio, ya que
aquella charla sobre los sucesos pol�ticos agitaba demasiado al religioso. En el momento de
despedirse, sin embargo, el prior lo retuvo, haci�ndole una se�a para que cerrara por prudencia la
puerta de la celda.
No necesito recomendaros que teng�is circunspección dijo . Ya veis que nadie se
halla situado ni tan alto ni tan bajo como para evitar las sospechas y ultrajes. Que nadie se entere
de nuestra conversación.
A menos de que me ponga a hablar con mi sombra... , dijo el doctor Th�us.
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Est�is estrechamente asociado a este convento recordó el religioso . Repetios bien
que hay mucha gente en esta ciudad, e incluso dentro de estos muros, a quienes no disgustar�a
acusar al prior de los Franciscanos de rebelión y herej�a.
Aquellas conversaciones se renovaron con harta frecuencia. El prior parec�a estar �vido de
ellas. Aquel hombre que tan respetado cre�a Zenón parec�a estar m�s solo y amenazado que �l
mismo. En cada una de sus visitas, el m�dico le�a con mayor claridad en el rostro del religioso
los estragos de un mal indefinible que socavaba sus fuerzas. La angustia y la compasión que en
el prior provocaba la miseria de aquellos tiempos pod�an ser la �nica causa de aquel declive
inexplicable. Puede que, al contrario, fueran efecto y marca de una constitución demasiado
quebrantada para soportar las crueldades de este mundo con la robusta indiferencia con que las
soportan la mayor�a de los hombres. Zenón persuadió a Su Reverencia de que tomara todos los
d�as unos reconstituyentes mezcl�ndolos con el vino. El prior los tomaba por complacerle.
Tambi�n el m�dico apreciaba aquellos intercambios de frases corteses y, sin embargo, casi
exentas de mentira. No obstante, sal�a de all� con la impresión de una vaga impostura. Una vez
m�s, del mismo modo que uno se obliga a hablar lat�n en la Soborna, hab�a tenido que adoptar,
para que lo escucharan, un lenguaje ajeno que desnaturalizaba su pensamiento, aunque adoptase
todos sus giros e inflexiones. En este caso, su lenguaje era el de un cristiano deferente, si no
devoto, y el de un s�bdito leal pero inquieto por el presente estado del mundo. Una vez m�s, y
teniendo en cuenta las opiniones del prior por respeto, a�n m�s que por prudencia, aceptaba
partir de unas premisas sobre las que �l, en su interior, se hubiera negado a construir nada.
Relegando sus propias preocupaciones, se obligaba a mostrar una sola faceta de su esp�ritu,
siempre la misma, la que reflejaba a su amigo. Esta falsedad inherente a las relaciones humanas y
que se hab�a convertido en una segunda naturaleza para �l, le molestaba en ese libre trato que se
hab�a establecido entre dos hombres desinteresados. Al prior le hubiera, sorprendido mucho
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