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Diez minutos no era un precio muy alto por la oportunidad de hacerse inmortal en una pintura. Vio que
�l la estaba pintando al lado del qu�mico premiado, y empezó a preguntarse si iba a pedirle alg�n tipo de
pago al final.
-Gira la cabeza hacia la ventana.
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Una vez m�s, Mar�a obedeció sin preguntar nada, lo que no formaba en absoluto parte de su car�cter.
Se puso a mirar a las personas que pasaban, la placa del camino, imaginando que aquella calle llevaba
all� muchos siglos, una ruta que hab�a sobrevivido al progreso, a los cambios del mundo, a los propios
cambios del hombre. Tal vez fuese un buen presagio; aquel cuadro pod�a tener el mismo destino, estar
en un museo dentro de quinientos a�os.
�l empezó a dibujar y, a medida que el trabajo progresaba, ella iba perdiendo la alegr�a inicial y
empezó a sentirse insignificante. Al entrar en aquel bar, era una mujer segura de s� misma, capaz de
tomar una decisión muy dif�cil, abandonar un trabajo que le daba dinero para aceptar un desaf�o todav�a
m�s dif�cil, dirigir una hacienda en su tierra. Ahora, parec�a haber vuelto la sensación de inseguridad
ante el mundo, cosa que una prostituta jam�s se puede permitir el lujo de sentir.
Finalmente acabó descubriendo la razón de su incomodidad: por primera vez en muchos meses
alguien no la ve�a como un objeto, ni como una mujer, sino como algo que no consegu�a entender,
aunque la definición m�s próxima fuese ��l est� viendo mi alma, mis miedos, mi fragilidad, mi
incapacidad para luchar con un mundo que yo finjo dominar, pero del que no s� nada�.
Rid�culo, continuaba delirando. -Me gustar�a que...
-Por favor, no hables -dijo el hombre-. Estoy viendo tu luz. Nunca nadie le hab�a dicho eso. �Estoy
viendo tus senos duros�, �estoy viendo tus muslos bien torneados�, �estoy viendo esa belleza exótica
de los trópicos�, o, como mucho, �estoy viendo que quieres salir de esta vida, �por qu� no me das una
oportunidad y alquilo un departamento para ti?�. �stos eran los comentarios que acostumbraba a o�r
pero... �tu luz? �Acaso se refer�a al atardecer?
-Tu luz personal -completó �l, d�ndose cuenta de que ella no hab�a entendido nada.
Luz personal. Bien, nadie pod�a estar m�s lejos de la realidad que aquel inocente pintor. que incluso
con sus posibles treinta a�os no hab�a aprendido nada de la vida. Como todo el mundo sabe, las
mujeres maduran mucho m�s de prisa que los hombres, y Mar�a, aunque no se pasase las noches en
vela pensando en conflictos filosóficos, al menos una cosa s� sab�a: no pose�a aquello que el pintor
llamaba �luz� y que ella interpretaba como un �brillo especial�. Era una persona como todas las dem�s,
sufr�a su soledad en silencio, intentaba justificar todo lo que hac�a, fing�a ser fuerte cuando se sent�a
muy d�bil, fing�a ser d�bil cuando se sent�a fuerte, hab�a renunciado a cualquier pasión en nombre de
un trabajo peligroso; pero ahora, ya cerca del final, ten�a planes para el futuro y arrepentimientos en el
pasado, y una persona as� no tiene ning�n �brillo especial�. Aquello deb�a de ser simplemente una
manera de mantenerla callada y satisfecha por permanecer all�, inmóvil, haciendo el papel de boba.
�Luz personal. Podr�a haber escogido otra cosa, como "tu perfil es bonito".�
�Cómo entra luz en una casa? Si las ventanas est�n abiertas. �Cómo entra luz en una persona? Si la
puerta del amor est� abierta. Y, definitivamente, la suya no lo estaba. Deb�a de ser un p�simo pintor, no
entend�a nada.
-He terminado -dijo �l, y empezó a recoger sus enseres. Mar�a no se movió. Ten�a ganas de pedirle
que la dejase ver el cuadro, pero al mismo tiempo eso pod�a significar una falta de educación, no confiar
en lo que �l hab�a hecho. La curiosidad, sin embargo, habló m�s alto. Ella se lo pidió, �l aceptó.
Sólo hab�a dibujado su rostro; se parec�a a ella, pero si alg�n d�a hubiese visto aquel cuadro sin conocer a
la modelo, habr�a dicho que era alguien mucho m�s fuerte, llena de una �luz� que ella no consegu�a ver
reflejada en el espejo.
-Mi nombre es Ralf Hart. Si quieres, puedo invitarte a otra copa.
-No, gracias.
Por lo visto, el encuentro ahora caminaba de la manera tristemente prevista: el hombre intentaba seducir a
la mujer.
-Por favor, otros dos vasos de an�s -pidió, sin dar importancia al comentario de Mar�a.
�Qu� ten�a que hacer? Leer un aburrido libro sobre administración de haciendas. Caminar, como ya hab�a
hecho otras tantas veces, por la orilla del lago. O charlar con alguien que hab�a visto en e una luz que
lla
desconoc�a, justamente en la fecha marcada en el calendario para el comienzo del fin de su �experiencia�. -
�Qu� haces?
�sta era la pregunta que no quer�a o�r, que la hab�a hecho evi tar muchas citas cuando, por una razón o por
otra, alguien se acercaba a ella (lo que ocurr�a raramente en Suiza, dada la naturaleza discreta de sus
habitantes). �Cu�l ser�a la respuesta posible? -Trabajo en una discoteca.
Ya est�. Un enorme peso desapareció de su espalda, y se alegró por todo lo que hab�a aprendido desde
su llegada a Suiza; preguntar (�qu� son los kurdos? �Qu� es el Camino de Santiago?) y responder (trabajo
en una discoteca) sin importarle lo que pensaran.
-Creo que te he visto antes.
Mar�a presintió que �l quer�a ir m�s lejos, y saboreó su peque�a victoria; el pintor que minutos antes le
daba órdenes, que parec�a absolutamente seguro de lo que quer�a, ahora volv�a a ser un hombre como los
dem�s, inseguro ante una mujer que no conoce.
-�Y esos libros?
Ella se los ense�ó. Administración de haciendas. El hombre pareció sentirse m�s inseguro a�n.
-�Trabajas en sexo?
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�l se hab�a arriesgado. �Acaso se vest�a como una prostituta? En cualquier caso, ten�a que ganar tiempo.
Se estaba probando a s� misma, aquello empezaba a ser un juego interesante, no ten�a absolutamente nada
que perder.
-�Por qu� los hombres sólo piensan en eso? �l volvió a meter los libros en la bolsa.
-Sexo y administración de haciendas. Dos cosas muy aburridas.
�Qu�? De repente, se sent�a desafiada. �Cómo pod�a hablar tan mal de su profesión? Bien, �l todav�a no
sab�a en qu� trabajaba ella, simplemente se arriesgaba con una suposición, pero no pod�a dejarlo sin
respuesta.
-Pues yo pienso que no hay nada m�s aburrido que la pintura; algo detenido, un movimiento que fue
interrumpido, una fotograf�a que jam�s es fiel al original. Algo muerto, por lo que ya nadie se interesa, aparte
de los pintores, gente que se cree importante, culta, y que no ha evolucionado como el resto del mundo.
�Has o�do hablar de Joan Miró? Yo no, sólo a un �rabe en un restaurante, y eso no cambió absolutamente
nada en mi vida.
No sab�a si hab�a ido demasiado lejos, porque llegaron las bebidas, y la conversación fue interrumpida.
Ambos permanecieron sin decir palabra durante un rato. Mar�a pensó que ya era hora de irse, y tal vez Ralf
Hart hubiese pensado lo mismo. Pero all� estaban aquellos dos vasos llenos de aquella bebida horrorosa, y
eso era un pretexto para seguir juntos.
-�Por qu� los libros sobre haciendas?
-�Qu� quieres decir?
-He estado en la rue de Berne. Despu�s de decirme dónde trabajabas, record� que ya te hab�a visto
antes: en aquella discoteca cara. Sin embargo, mientras te pintaba, no me di cuenta: tu �luz� era muy
fuerte.
Mar�a sintió que el suelo desaparec�a bajo sus pies. Por primera vez sintió verg�enza de lo que hac�a, [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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